Desde sus orígenes, la escuela de inspiración católica se ha caracterizado por abordar los retos pedagógicos sin miedo ni pudor. No es una novedad, aunque lo parezca, el hecho de que nuestros centros educativos estén en la vanguardia en la aplicación de metodologías para el aprendizaje, porque en la esencia de la escuela de ideario católico siempre ha estado la búsqueda de un modelo de educación que encarne el Evangelio y responda a las necesidades de la sociedad y de las personas.
La creatividad es un acto de creación continua. Cuando conocemos de cerca la misión educativa de nuestras instituciones rápidamente nos percatamos de su fuerte vínculo y compromiso con el ministerio redentor de Cristo: educamos a través de gestos de liberación, personal y estructural, con la mirada puesta en hacer nuevas todas las cosas; educamos creando y creyendo, en una unión integral de ambas dimensiones que restaura la esperanza, tantas veces maltratada por métodos de aprendizaje basados en lo meramente circunstancial; educamos al estilo de Jesús de Nazaret, poniendo en el centro a la persona y generan- do espacios para el encuentro y la integración de todos.
Los retos pedagógicos evolucionan al mismo ritmo que lo hace nuestra sociedad, las respuestas siempre serán nuevas, y cada una se convertirá en un reto en sí misma, pero las preguntas se mantienen. Es ahí donde la pedagogía de Jesús de Nazaret pone la clave de su originalidad, y es ahí donde la escuela católica debe mantener la tensión de su propuesta educativa, más preguntas que respuestas, más encuentros que memoriales, más hipótesis que teorías.
De este modo, a lo largo de la historia, cada pequeña escuela de ideario católico es una apuesta y una búsqueda de esa pedagogía de la cercanía y del Evangelio, orientada, siempre en primer lugar, a los más necesitados de ella, pero sin discriminar a nadie, porque las nuevas relaciones sociales que se inspiran en el mensaje de Jesús no se basan en categorías humanas o económicas, más bien salen al encuentro del otro en las periferias existenciales y vitales.
Para que esta creatividad sea pedagógica, y pueda responder a los desafíos de cada momento, debe aceptar la impermanencia, no apegarse a lo conocido, indagar nuevas preguntas, integrar los talentos y compartirlos. No suele ser así, incluso muchas de nuestras mejores apuestas creativas acaban siendo un lavado de cara, sin profundizar en los verdaderos retos, manteniendo los viejos lastres de principios pedagógicos que convierten el éxito y el acierto en absolutos de sentido, sin espacio para la experimentación y, por tanto, para el aprendizaje.
El mitólogo Joseph Campbell vincula el acto creador al reino de las musas, las hijas de la memoria, “que no es una memoria de ahí arriba, de nuestra cabeza, sino una memoria de más abajo, del corazón”. Afrontar nuevos retos pedagógicos nos conduce al centro mismo de nuestras decisiones, ligado siempre a la misión y a la acción evangelizadora. La memoria del corazón nos impulsa a crear, reconciliándonos con la raíz misma de la creatividad, situada en el ámbito de la conciencia espiritual, esto es, reconociéndole su capacidad de acceso a la trascendencia.
Aportar sentido desde nuestras propuestas pedagógicas va más allá de los buenos deseos que expresan nuestros documentos de carácter propio, es un acto creador, una tarea creativa que nos sitúa en los porqués y no en los cómo, que crea espacios para la novedad y la esperanza. Este es nuestro verdadero reto, y me alegra el alma seguir encontrando tantas instituciones, colegios y educadores que hacen de su tarea educativa una memoria del corazón, tocados por las musas, desde una propuesta de vida tocada por el Evangelio. Esta es una esperanza que no defrauda.
PEDRO JOSÉ HUERTA NUÑO
Secretario General de Escuelas Católicas